miércoles, 24 de abril de 2013

“No hay paños calientes para curar la soberbia”.


La Champions League ha mostrado las vergüenzas de los “dos mejores equipos del mundo”. Ha exaltado multitud de carencias, multitud de errores en la planificación, la organización, y el trabajo colectivo del Real Madrid y FC Barcelona. Ha pasado un año y parece que han pasado siglos para estos equipos que practicaban un fútbol de otro nivel, diferentes los dos, pero de otro nivel. Hoy no son ni la sombra de lo que hace un año eran, y no se trata de aprovechar el curso del rio y sumarse a la crítica fácil, se trata de ser objetivos, de ser sensatos y poco vehementes. Los alemanes han manifestado que el fútbol no recuerda las excelencias, solo recuerda que en este deporte la ambición, las ganas de ganar, el colectivo y el trabajo a destajo marcan las diferencias.



FC BARCELONA


El desgaste, la rutina, la comodidad, la superioridad sin exigencias, la reiteración, la falta de competitividad en la plantilla, la incapacidad en la gestión de los recursos… Todo esto ha hecho sucumbir el fútbol deslumbrante del Barça. No, no nos equivoquemos con el toque y la posesión, es un cruel engaño sino viene acompañado de intensidad, movilidad ni velocidad. Solo el toque no gana partidos, es un estilo fantástico pero depende, como todos los estilos, de pensar rápido, de ser certeros, precisos en el toque, de minimizar esfuerzos y hacerlo con inteligencia, de pensar la jugada antes de que se produzca. Sin esto el juego se torna previsible, constante, lento y aburrido, ganar sin esos detalles se vuelve complicado, se atascan las victorias. Nadie gana dando pases en campo propio y caminando, una vez se puede, dos quizás, pero cuando se presenta un equipo que te exige, la victoria no es más que una quimera.

Cuentan que la defensa flojea, que hay muchas bajas dicen. Lo cierto es que hace un año hablábamos de Puyol en contadas y aisladas ocasiones, o incluso solo de sus goles en los saques de esquina. Hablábamos de un Piqué comparable a todo un Franz Beckenbauer en la salida de balón, no mencionábamos nada de aspectos defensivos, de eso se encargaban los Pedro, Villa, e incluso Messi. El entramado defensivo y la presión del Barça comenzaban desde arriba, las acciones defensivas de los Piqué, Puyol, Abidal eran nulas, no participaban en ellas. Ayer Boateng, Lahm o Álaba casi ni incidieron en el aspecto defensivo de su equipo, Neuer ni la tocó. Robben, Ribery, Mario Gómez o Müller apretaban y corrían como posesos porque sabían que esto del fútbol es un deporte de “equipo”, donde ser generoso en los esfuerzos marca la diferencia, y que independientemente de quién marque los goles – las individualidades solo sirven para vender camisetas, no para levantar trofeos – lo importante es la victoria colectiva.

El Barça debe destruir ciertas comodidades, ciertos roles, mejorar la competencia interna, asumir que para competir y tener éxito es necesario una contar con una “plantilla”, no solo con un “equipo titular”. Recordaremos siempre a este Barça, siempre quedará su fútbol en nuestras retinas, pero no asumir la pérdida de estos valores es mantener una venda que tapa la verdadera esencia del fútbol que deslumbró al mundo. Nada por desgracia es eterno y este Barça debe reciclarse, para empezar a hacerlo que mejor que un tratamiento de choque.



REAL MADRID CF


Hace tan solo un año el Real Madrid derrochaba verticalidad, rapidez, desparpajo. Eran eléctricos, certeros, veloces en las transiciones, derrochaban ambición; eran completamente demoledores. Ésta temporada el Madrid ha sido insulso, solo ha deslumbrado en un par de ocasiones, casi todas relacionadas en encuentros contra el Barça, donde ha manifestado una intensidad fabulosa, le ha puesto garra, coraje, corazón y un plan táctico excepcional, todo lo contrario de lo que ha mostrado esta noche en el Signal Iduna Park. Hoy el Real Madrid no ha sido nada, el Dortmund – un fabuloso espejo para mirarse – se los ha comido precisamente con esas mismas armas. Esas armas y un trabajo colectivo impoluto, una generosidad en los esfuerzos estratosférica, y un nivel técnico y táctico superlativo.

Mourinho no imprimió al equipo la importancia de este encuentro, no lo hizo y a sus futbolistas se los comió la soberbia. El Madrid jugó a ser Goliat y se vio desde el minuto uno mirando hacia arriba, porque los ojos de su oponente estaban altos, muy altos. El Dortmund les disfrazó de David, les superó en todas las facetas y no fueron capaces de comprenderlo ni cuando Hummels les regalo un empate que nunca merecieron. En las estadísticas de espacio recorrido Götze, Reus, Gündogan y Bender fueron los que más kilómetros hicieron, después aparecía un Alonso que nunca estuvo en el partido, ni para crear, ni para asociarse – nunca se lo permitieron – pero tampoco para posicionarse en el lugar adecuado en las constantes transiciones defensivas que les obligaban a realizar los de Klopp. Los cuatro jugadores encargados del plano ofensivo del Dortmund corrieron más que todo un Real Madrid, fueron generosos y se vaciaron en los esfuerzos por el colectivo, porque lo importante en este deporte es el éxito del “equipo”, cosa que el Real Madrid lleva toda la temporada sin ser.

El Real Madrid solo se ha mostrado ante el Barça como un “equipo”, de resto la sensación es que el sostén del Madrid ha sido Cristiano Ronaldo, que dejo de ser un genial jugador, para convertirse en un futbolista estratosférico. El problema es que el equipo no acompaña, la elaboración en los partidos clave es inexistente, las combinaciones carecen de velocidad, y encontramos que un Madrid sin espacios es un equipo nulo, que se pierde en la “paradoja” de tener la pelota. Solo son netamente superiores cuando existen los espacios a las espaldas, cuando la probabilidad de correr con la pelota aumenta, y las transiciones ofensivas – más individuales que colectivas – son posibles.

El Madrid de hoy vive del error, de la pérdida del rival y de la combinación de superioridad técnica con la excelencia física para arrancar en una contra salvaje que desplume al rival. Si no hay espacios para correr, sino existe la posibilidad de la arrancada y enfrente se encuentra un rival que te ahoga y te limita tanto en el plano físico como en el técnico, el equipo termina agotado y sin ideas. Y así, sin ideas se encuentra un Real Madrid en donde presente y futuro dependen de una reunión.


Alfredo León
Twitter: @fefifredo

miércoles, 10 de abril de 2013

Jürgen Klopp: Más que fútbol, sentimiento; más que victoria, diversión.


Klopp (Stuttgart, 1967) es una persona cercana, un tipo afable, uno de esos que te irradia cuando habla, te hace sentir importante y te atrapa con su verborrea. El alemán se ha hecho con todos los reconocimientos del fútbol germano y no únicamente por los títulos conseguidos en estos últimos años. “Kloppo” se ha metido al aficionado en el bolsillo, no solo a los del conjunto de la cuenca del Ruhr, sino a todos los amantes de la Bundesliga – que le quieren como sustituto de Joachim Löw en la selección alemana –  y el fútbol en general. 



Llevo cuatro años siguiendo al Dortmund casi semanalmente, empecé a buscar los partidos por internet allá por 2009, los entendidos de fútbol internacional hablaban de un equipo que jugaba sin miedos, con futbolistas jóvenes que derrochaban hambre y ambición, practicaban un fútbol despreocupado, sentimental, totalmente visceral, y comencé a interesarme. Poco a poco no podía dejar una semana sin verlos, aquel equipo mostraba un hambre incesante durante los noventa y tantos minutos que durará el partido, ya fuera contra el líder o contra el último clasificado, ya fuesen perdiendo, como apabullando al rival. Aquel equipo se sacaba el corazón en cada jugada, ponían un sentimiento descomunal en cada pase, una alegría inmensa en cada error, y una ambición estratosférica en cada pelota dividida, aquel equipo enamoraba. Hay momentos en los que algo cala en ti de forma especial, y aquel Borussia de Dortmund lo hizo conmigo.

Me interese por saber quién era el director, el líder de ese fantástico equipo, y encontré a un tipo expresivo, a un tipo que apretaba los labios para que le cupiesen los dientes en la boca, pero que a cada instante no dudaba ni un ápice en soltar una carcajada que se adueñaba de todo el entorno, un tipo que achinaba los ojos mientras gesticulaba para darle más énfasis a una sonrisa que te atrapaba, un tipo que derrochaba una vitalidad que hacía que te contagiaras de sus palabras; un tipo que cautivaba. Sí, no era otro que Jürgen Klopp, y sí, fui otra víctima más de su enorme carisma y su puro sentimentalismo.


"No puedes ganar un partido sin orden y disciplina táctica, pero lo que te hace diferente son las emociones”. Evidentemente esta frase parece sacada del manual de los tópicos futbolísticos y comulga más con esa palabrería barata propia de aquellos entrenadores que dominan mucho más las facetas externas que el propio juego, pero nada más lejos de la realidad, esta frase resume a la perfección la forma de entender el fútbol que tiene el técnico del Borussia Dortmund. El alemán te atrapa con su sonrisa, te envuelve con su discurso futbolístico, te convence y te acerca con su vitalidad, tan lejana en muchos entrenadores hoy en día. 

Jürgen es de esos entrenadores que han crecido amando este deporte, entendiéndolo no solo como un juego donde hay que lograr la victoria, sino amando el sentimiento que desprende cada jugada, cada tiro al palo, cada parada, incluso cada falta. “Si 80.000 personas vienen cada dos semanas al estadio y en el campo se juega un fútbol aburrido, una de las dos partes, el equipo o los fans, tendrá que buscarse un nuevo estadio” sentenciaba el de Sttutgart. Klopp abordó el proyecto desde esta máxima, inculcó a una serie de jóvenes futbolistas que el fútbol era más que un deporte, les convenció con esa fantástica sonrisa y esa enorme vitalidad de que lo importante no solo era ganar, lo esencial era sentir, sentir las emociones, dejar fluir sobre el terreno de juego lo que el corazón disponga. Y así, con esta sensibilidad extrema el Dortmund creció, creció día a día con una manera de jugar al fútbol que se salía de cuadriculas. Los de Westfalia rompen de manera radical con esa forma tan estipulada de actuar en el rectángulo de juego y enlazan con una corriente de aparente despreocupación y alegría que termina divirtiendo.

Klopp ha logrado dar una transcendencia mediática a un club que se encontraba al borde del abismo. “El Borussia Dortmund estaba roto hace ocho años y ahora pertenece a la élite del fútbol europeo”, explica Hans-Joachim Watzke, presidente del club, cargo que ocupa desde 2005, año en el que el equipo flirteó con la quiebra. Fue Watzke quien apostó por un entrenador de segunda para levantar a un equipo hundido, buscó a un entrenador que derrochaba vitalidad, un entrenador que apostaba por un fútbol vivo, un fútbol que divertía, un fútbol que terminó enamorando. El técnico del Dortmund no solo supo lidiar con un vestuario plagado de inexperiencia y desazón, sino con un club “olvidado, desesperanzado”. Tuvo que reconstruir un equipo apagado, tuvo que vincular a los aficionados, arraigar un sentimiento en ellos, y ese fue su plan. Imprimir un sentimentalismo extremo que lograra una perfecta comunión entre el equipo y sus aficionados. “Muchos de nuestros fans recorren 800 kilómetros para vernos y vivir algo especial. Hay que ir a todo gas. Queríamos derrochar vitalidad. Preferíamos dar cinco veces en el larguero que quedarnos cuatro veces sin tirar a la portería. De esa forma era mejor perder.”




Esta visión extremadamente romántica que transmite Klopp rompe con la dinámica de un fútbol actual mecanizado y mercantilizado. Ganar es el objetivo, sí, quizás lo más importante. Apabullar al contrario, sin piedad y casi sin oposición satisface y alegra al aficionado, pero la pérdida de esa emoción acaba por aburrirle. Disfrutar con el juego, vibrar con su emoción, divertirse con el equipo es mucho más accesible para cualquiera. En este deporte, al final, ganar solo está al alcance de uno. Disfrutar, derrochar optimismo, divertirse, divertir con el juego y “emocionar” quizás esté al alcance de todos.

Alfredo León
Twitter: @fefifredo