Klopp (Stuttgart, 1967) es una persona cercana, un tipo afable, uno de
esos que te irradia cuando habla, te hace sentir importante y te atrapa con su
verborrea. El alemán se ha hecho con todos los reconocimientos del fútbol
germano y no únicamente por los títulos conseguidos en estos últimos años. “Kloppo” se ha metido al aficionado en
el bolsillo, no solo a los del conjunto de la cuenca del Ruhr, sino a todos los
amantes de la Bundesliga – que le quieren como sustituto de Joachim Löw en la
selección alemana – y el fútbol en
general.
Llevo cuatro años siguiendo al Dortmund casi semanalmente, empecé a buscar los partidos por internet allá por 2009, los entendidos de fútbol internacional hablaban de un equipo que jugaba sin miedos, con futbolistas jóvenes que derrochaban hambre y ambición, practicaban un fútbol despreocupado, sentimental, totalmente visceral, y comencé a interesarme. Poco a poco no podía dejar una semana sin verlos, aquel equipo mostraba un hambre incesante durante los noventa y tantos minutos que durará el partido, ya fuera contra el líder o contra el último clasificado, ya fuesen perdiendo, como apabullando al rival. Aquel equipo se sacaba el corazón en cada jugada, ponían un sentimiento descomunal en cada pase, una alegría inmensa en cada error, y una ambición estratosférica en cada pelota dividida, aquel equipo enamoraba. Hay momentos en los que algo cala en ti de forma especial, y aquel Borussia de Dortmund lo hizo conmigo.
Me interese por saber quién era el director, el líder de ese fantástico equipo, y encontré a un tipo expresivo, a un tipo que apretaba los labios para que le cupiesen los dientes en la boca, pero que a cada instante no dudaba ni un ápice en soltar una carcajada que se adueñaba de todo el entorno, un tipo que achinaba los ojos mientras gesticulaba para darle más énfasis a una sonrisa que te atrapaba, un tipo que derrochaba una vitalidad que hacía que te contagiaras de sus palabras; un tipo que cautivaba. Sí, no era otro que Jürgen Klopp, y sí, fui otra víctima más de su enorme carisma y su puro sentimentalismo.
"No puedes ganar un partido sin orden y
disciplina táctica, pero lo que te hace diferente son las emociones”. Evidentemente esta frase parece sacada del manual
de los tópicos futbolísticos y comulga más con esa palabrería barata propia de
aquellos entrenadores que dominan mucho más las facetas externas que el propio
juego, pero nada más lejos de la realidad, esta frase resume a la perfección la
forma de entender el fútbol que tiene el técnico del Borussia Dortmund. El
alemán te atrapa con su sonrisa, te envuelve con su discurso futbolístico, te
convence y te acerca con su vitalidad, tan lejana en muchos entrenadores hoy en
día.
Jürgen es de esos entrenadores
que han crecido amando este deporte, entendiéndolo no solo como un juego donde
hay que lograr la victoria, sino amando el sentimiento que desprende cada
jugada, cada tiro al palo, cada parada, incluso cada falta. “Si 80.000
personas vienen cada dos semanas al estadio y en el campo se juega un fútbol
aburrido, una de las dos partes, el equipo o los fans, tendrá que buscarse un
nuevo estadio” sentenciaba el de Sttutgart. Klopp abordó el proyecto
desde esta máxima, inculcó a una serie de jóvenes futbolistas que el fútbol era
más que un deporte, les convenció con esa fantástica sonrisa y esa enorme
vitalidad de que lo importante no solo era ganar, lo esencial era sentir,
sentir las emociones, dejar fluir sobre el terreno de juego lo que el corazón
disponga. Y así, con esta sensibilidad extrema el Dortmund creció, creció día a
día con una manera de jugar al fútbol que se salía de cuadriculas. Los de
Westfalia rompen de manera radical con esa forma tan estipulada de actuar en el
rectángulo de juego y enlazan con una corriente de aparente despreocupación y
alegría que termina divirtiendo.
Klopp ha logrado dar una
transcendencia mediática a un club que se encontraba al borde del abismo. “El Borussia
Dortmund estaba roto hace ocho años y ahora pertenece a la élite del fútbol
europeo”, explica Hans-Joachim Watzke, presidente del club, cargo
que ocupa desde 2005, año en el que el equipo flirteó con la quiebra. Fue
Watzke quien apostó por un entrenador de segunda para levantar a un equipo
hundido, buscó a un entrenador que derrochaba vitalidad, un entrenador que
apostaba por un fútbol vivo, un fútbol que divertía, un fútbol que terminó
enamorando. El técnico del Dortmund no solo supo lidiar con un vestuario
plagado de inexperiencia y desazón, sino con un club “olvidado,
desesperanzado”. Tuvo que reconstruir un equipo apagado, tuvo que vincular a
los aficionados, arraigar un sentimiento en ellos, y ese fue su plan. Imprimir
un sentimentalismo extremo que lograra una perfecta comunión entre el equipo y
sus aficionados. “Muchos
de nuestros fans recorren 800 kilómetros para vernos y vivir algo especial. Hay
que ir a todo gas. Queríamos derrochar vitalidad. Preferíamos dar cinco veces
en el larguero que quedarnos cuatro veces sin tirar a la portería. De esa forma
era mejor perder.”
Esta visión extremadamente
romántica que transmite Klopp rompe con la dinámica de un fútbol actual
mecanizado y mercantilizado. Ganar es el objetivo, sí, quizás lo más
importante. Apabullar al contrario, sin piedad y casi sin oposición satisface y
alegra al aficionado, pero la pérdida de esa emoción acaba por aburrirle.
Disfrutar con el juego, vibrar con su emoción, divertirse con el equipo es
mucho más accesible para cualquiera. En este deporte, al final, ganar solo está
al alcance de uno. Disfrutar, derrochar optimismo, divertirse, divertir con el
juego y “emocionar” quizás esté al alcance de todos.
Alfredo León
Twitter: @fefifredo
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